martes, 30 de octubre de 2012

SALVADOR RUEDA Y EL FLAMENCO

En este año de gracia, de 2007, se cumple el ciento cincuenta aniversario de la venida al mundo del “Poeta de la Raza”: Salvador Rueda Santos, figura cumbre de la poesía española, nacido en Benaque (Málaga) el día 3 de diciembre de 1857.

De todos es sabido, la universalidad del malagueño, que fue el máximo exponente del modernismo español y puso en marcha la revolución de la métrica y la esencia.

Poeta de irreprimible musa, buscó la perfecta adecuación entre la idea, el asunto y la forma de expresión, convirtiéndose en el eje de su quehacer poético.  Salvador exploró todas las posibilidades inéditas en los metros usuales, no dudando en crear otros nuevos, siempre que fuera necesario. Todo es ritmo, todo en la naturaleza es dueño de un ritmo propio y el ritmo es el pilar sustancial de su universo.

Precursor de tantas cosas, Rueda, sintió una gran atracción por el mundo del cante jondo; no en vano, era hijo de la ciudad a la que D. Manuel Machado llamó la “Cantaora”, y que en tiempos del poeta, estaba en su mayor auge, debido a los grandes cantaores foráneos que en Málaga se daban cita, y a los propios de la tierra como fue el inmortal Juan Breva, con el que compartió amistad.

Su pasión por el flamenco, llevó a Salvador Rueda a reflejarlo en parte de su obra.
Son muchas las composiciones del benaqueño, tanto en verso como en prosa, en las que hace alusión a ese mundo tan particular que rodeaba a la juerga:

  Baile, cante, vino, palmas, jaleo, mantones de Manila,  castañuelas, guitarras y un largo etc. lleno de plasticidad y colorido, como en el siguiente fragmento, del poema:            
                                                 
                                                                        “MUJER POPULAR”

                                                                   


… -Con esa voz de oro puro
cante usté otra copla reina;
                                          pero antes beba esta caña                                           
llena de sol y de esencia.
Colmó el vino sanluqueño
                                         la copa larga y estrecha,                                          
cual si echara en un estuche
ramalazos de candela;
y se saturó de aroma,
como una esponja, la siesta,
ya borracha de claveles
abiertos en las macetas.
La apuró la cantadora
cual si un topacio bebiera,
y echó al aire su garganta
esta proclama de guerra:
De sangre y oro se viste
nuestra española bandera,
no hay oro para comprarla
ni sangre para vencerla. (…)

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    Las composiciones populares, tuvieron gran aceptación durante el modernismo; el ensalzamiento de la belleza y el casticismo quedan patente en los poemas de Rueda, al igual que la gran diversidad métrica y estrófica.

     A continuación hago referencia al “primer soneto dodecasílabo que se escribió en España; creado con elementos españoles de nuestra popular seguidilla sevillana”

BAILADORA

(Acuarela andaluza)

Con un chambergo puesto como corona
y el chal bajando en hebras a sus rodillas,        
baila una sevillana las seguidillas                                          
al ritmo acelerado que un verso entona.

Coro de recias voces canta y pregona
de su rostro y sus gracias las maravillas,
y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,
al regio tren de curvas de su persona.

Cuando enarca su cuerpo como culebra
y en ondas fugitivas gira y se quiebra
al brillante reflejo de las arañas,

estalla atronadora vocinglería,
y en un compás amarra la melodía
palmas, risa, requiebros, cuerdas y cañas.

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    En el año 1892, en la revista “Blanco y Negro” se publicaron una serie de artículos cuyo denominador común era el Arte Flamenco, y a los que Rueda puso el epígrafe de “Notas de color”, ya que estaban inspirados en dibujos, de Díaz Huertas, Tirado, Araujo o García Ramos.



 El autor nos va describiendo diferentes flamenquerías, y dice sobre “El Zapateado”:
… y toda la zambra, tremolina y circunstancias del zapateado, que ella arrastra, lleva, trae, mueve y zarandea con repicadillo de contrafuerte y golpes de puntera (…)
      En “La Cantaora” nos da una lección de la manera de escoger las coplas según sea la vocal en que termine el verso. (Es sabido, por todos los que escribimos para el cante, que hay terminaciones que no se pueden acometer si no está la voz en plenas facultades), porque… “Entonces, ya en la última trinchera, vienen las angustias horribles, las desesperaciones tremendas, las congestiones al emitir la voz, que adquiere los visos del ópalo sin la belleza de ellos (…)

   Desde la niñez, Salvador Rueda, estaba familiarizado con el flamenco; él mismo lo señala, cuando escribe: Oyendo cantar desde niño / soleares a Juan el gitano, / al compás de los duros martillos/ dando en las bigornias y tarareando/ aprendí de su música libre/ los ritmos diversos y descoyuntados (…)

   Ritmos, cadencias, matices, quejíos, celos y amores, vida y muerte,… toda esa amalgama de sentimientos que, a partir del vivir cotidiano, se conjugan en el flamenco, dieron pie a que compusiera centenares de coplas. Por supuesto, unas más acertadas que otras, - visto desde la óptica de su llegada al cante- ya que en muchas se adivina un excesivo cultismo, que es innecesario para la copla flamenca, pues según la trilogía de valores que le asignaba Francisco Rodríguez Marín, la copla debe ser: espontánea, clara y sobria.
  
 En las que reseño, a continuación, se puede advertir ese lenguaje tan impropio del cante flamenco.

Allá en el fondo del río                                     
cuando nada turba el agua,
palpita de las estrellas
el hormiguero de plata.
               
Dentro de una calavera
dejó la lluvia un espejo,
¡y en él a la medianoche
se contemplaba un lucero!
               
Luz, y pan y albergue
gozaste conmigo,
y con un cuchillo rasgaste mi espalda
viéndome dormido.

Sin embargo, Salvador Rueda, tiene otras composiciones, ante las cuales hay que descubrirse por su flamencura. Buen ejemplo son las siguientes:

Si quieres darme la muerte
tira donde más te agrade,
pero no en el corazón
porque allí llevo tu imagen.
                                                                                         
Rayito fuera de luna
para entrar por tu ventana,
subir después por tu lecho
y platearte la cara.
                 
Antes de yo conocerte
soñaba que me amarías;
¡quién presta oídos a los sueños,
quién de los sueños se fía!
                 
No soy dueño de mí mismo
ni voy donde a mí me agrada,
atado llevo el deseo
al hilo de tu mirada.

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La gran fascinación que sentía Rueda por la seguiriya, -a la que consideraba como la forma más completa de la lírica española- llevó al poeta a experimentar sobre ella; ya que, según él, es en el tercer verso en el cual reside toda la grandeza de la misma

No soy de esta tierra
ni en ella nací,
la fortuniya, roando, roando,
me trajo hasta aquí.

Antes que agonice
taparme la cara:
si me ve la muerte, temo que no quiera
llevarse mi alma.

Tantas llagas vivas
mi cuerpo contiene,
que no hallaréis sitio donde dar un beso
porque allí le duele.

Cuando por la reja
contigo no hablo,
se me desbaratan contra los bordones
los huesos llorando.

Sobre la almohada
donde duermo a solas,
¡cuántas cosas te he dicho al oído
sin que tú las oigas!

Y como para algo está el oído…. (aunque en este caso sea a través del texto) si prestamos un poquillo de atención, y escuchamos… nos daremos cuenta, que es indudable negar la aportación de Salvador Rueda al mundo del flamenco.

Carmen Aguirre

artículo publicado en la Revista El Unicornio
de Arahal (Sevilla) en 2007



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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
RUEDA, Salvador: Ed. de Carmen Correa Cobano. Sevilla, Alfar 1994

RUEDA, Salvador: Flamenquerías. Ed. de
Andrés Raya. Córdoba, Virgilio Márquez editor, 1983

ARREBOLA, Alfredo: Los escritores malagueños y el flamenco. Universidad de Cádiz, 1990